Me levanté irritada
de tener que cubrirme
todavía con el carmín
de mis afeites,
y me miré con rabia
en el espejo que refleja
mi enfermizo
semblante.
Mi enflaquecido
talle prueba bien los efectos de
mis vanos dolores.
Y el constante fluir
de mi llanto no es más
que el desbordar de mi dolida soledad.
Lánguidamente
apoyada en mi tocador,
me aliso las negras cejas.
Y tiendo mis dos
largas trenzas sobre el vapor del agua
hirviendo.
Mi doncella, bien
ajena al estado de mi alma, toma una
florida rama de
ciruelo y la coloca en mi cabello.
Chao Su Cheng, siglo XII - Abril
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