Marzo nos trae consigo el equinoccio, el momento en que la luz y la oscuridad se equilibran en un baile perfecto.
En la antigua tradición celta y germánica, este momento del año se celebraba como Ostara, la fiesta de la fertilidad, el despertar de la naturaleza y la promesa de un nuevo ciclo. Es la energía del renacimiento, la misma que encontramos en cada semilla que brota, en cada nuevo inicio y, por supuesto, en la esencia femenina que sostiene la vida en todas sus formas.
Porque
la energía de la mujer es creación, no solo en el sentido de dar vida,
sino en todo lo que nace a través de su intuición, su arte, su conocimiento y
su resistencia. Desde tiempos inmemoriales, las mujeres han sido sanadoras,
tejedoras de historias, guardianas de la sabiduría de la Tierra. La feminidad
es esa fuerza que nutre, transforma y sostiene, a veces en silencio, otras en
lucha, pero siempre en movimiento.
Y
aquí es donde debemos mirar más allá de las fechas. El 8 de marzo nos
recuerda la lucha por la igualdad de derechos, y el 30 de marzo honra la
labor de las trabajadoras del hogar, pero la verdad es que el mundo entero le
debe a las mujeres mucho más que una conmemoración. La energía femenina no es
solo la lucha por la equidad; es el poder de transformar, de sostener y de
renacer, como la Tierra misma en cada primavera.
Honrar
a la mujer no debería ser un recordatorio anual, sino una práctica diaria.
Honrar su historia, su fuerza, su intuición. Celebrar a cada mujer que nos
antecedió, a las que están hoy y a las que vendrán, entendiendo que su
energía es sagrada y su existencia es, en sí misma, un acto de creación y
resistencia.
Así
que este mes, mientras la luz gana terreno sobre la oscuridad, celebremos a la
mujer en todas sus formas. Que cada una brille como el día que se expande tras
la noche, que cada una florezca como la Tierra que despierta, y que cada una se
reconozca como lo que es: una fuerza imparable.